Saqué dinero y me dirigí a la tienda. Creí que iba a ser un trámite sencillo, pero nada más lejos.
Tras esperar una corta pero lentísima cola de clientes, saludé a la dependienta y señalé un teléfono móvil: “ese, por favor”. Me disponía a sacar el dinero de mi bolsillo cuando me interrumpió, era necesario indicar mi número de teléfono y mi DNI. Así lo hice.
Tras esperar un rato a que su ordenador procesase mis datos, me dijo que no podía comprar ese móvil. “¿Por qué no?, aquí tengo el dinero”, respondí.
– Pero es que con contrato el terminal se paga en 24 plazos.
– Un momento, no tengo ninguna intención de pagar nada a plazos, si no de una vez. Ahora mismo.
– Entonces no puede ser, tendrá que escoger otro modelo.
– Bien, ¿qué me dice de éste otro?
– Ese es de tarjeta, pero tengo que hacerle una tarjeta nueva. Con un número nuevo, claro.
– No quiero otra tarjeta, ni mucho menos otro número. Quiero un teléfono… perdón, un terminal. Nada más.
– Pero es que ese es para clientes nuevos.
– Bien, ¿hay algún terminal que pueda comprar ahora mismo, sin más?
– Deje que consulte su historial de puntos.
– Verá, tengo prisa, olvide mis puntos, hágase a la idea de que tengo 0 puntos.
– Es que el sistema no me deja…
– Mire, déjelo, ya volveré.

Y así es como, después del auge del capitalismo, después del new deal y la caída de la URSS, cuando creíamos que el dinero efectivo se había impuesto sobre todos y cada uno de los valores humanos, unas pocas empresas valientes se atreven a combatir el mercantilismo imperante con un modelo de gestión que, no me lo negarán, es todo un elemento disruptivo.
Menos mal que nos quedan los móviles chinos de imitación, comprables con mucha menos burocracia. ¡Si Mao levantara la cabeza!