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La semana pasada, mi humilde blog recibió una tumultuosa visita, sin parangón desde los tiempos de Atila el Huno. Todo sucedió a raíz de este artículo, que pretendía ser el primero de una serie de al menos 2 entregas. Aquí está la segunda:
¿Cómo es eso de que Madrid no es un buen lugar para vivir?, ¿cómo es posible?, ¿Madrid?, perla de Castilla, espejo de naciones, orgullo de Occidente, asombro de Oriente, la nueva Babilonia, axis mundi.
Podría dar mis opiniones personales, como por ejemplo las referentes a ruido, o la suciedad, o la contaminación, o ese extraño y omnipresente olor a ajo, o la ausencia de características geográficas reseñables (¡cuánto ganaría Madrid con playa!… o en las faldas del Vesubio), o el descuidado urbanismo de la inmensa mayoría de su arquitectura (que la hacen parecer una ciudad de copy-paste… una especie de compendio desordenado de todas las ciudades de España), o la ausencia casi total de zonas verdes (pese al laxo concepto de las mismas que se tiene por aquí), o la conducción colérica de sus conductores… pero no quisiera ser injusto. Como soy un tipo escéptico, ecuánime y, ante todo, equilibrado, a continuación daré voz al lado opuesto, a los supporters pro-Madrid, añadiendo claro está mi opinión al respecto.
Tras escuchar con atención a amigos y compañeros que viven encantados en Madrid, con la sincera esperanza de que me ayudasen a cogerle el gusto a la capital (lo juro, ¡deseo amar el lugar en el que vivo!… pero el amor no se puede comprar amigos míos… de modo que quedo a la espera de mi epifanía madrileña). He observado algunos comportamientos peculiares en éste colectivo:
- Ante la pregunta, ¿qué ofrece Madrid que otras ciudades no tengan?conceden una importancia desproporcionada a la existencia de una Ópera. Desproporcionada, porque jamás han ido ni tienen intención de hacerlo. Además, aún no piden, que yo sepa, un certificado de empadronamiento en la entrada.
- Si uno insiste un poco más, también se concede una enorme importancia a la existencia de bares y terrazas. Como si Madrid fuese el único lugar no ya de España, si no del mundo, en el que puede uno chuzarse a gusto. Estoy de acuerdo, eso sí, en que el alcohol ayuda a soportar la vida aquí.
- El omnipresente cosmopolitismo, cualidad metafísica a la que se concede gran importancia y de la cuál alardean ciertas personas que en pleno siglo XXI aun viven en corralas.
- También es omnipresente el careto de crispación absoluta. Why so serious?, ¿os habéis olvidado de dónde estáis?
- A pesar de la encendida pasión que aseguran sentir por Madrid, raro es el fin de semana que no salen de la ciudad, picando rueda, con dirección a la sierra, a la playa, o su ciudad/pueblo de origen, atascando literalmente todas las vías de salida. Bien conocido es también el cambio demográfico de Madrid en Agosto, algo raro de ver en tiempos de paz o en ausencia de desastres naturales.
- Otra ventaja que he oído: la velocidad de Internet. Toda una paradoja, puesto que es una invitación a quedarse en casa. Entiéndanme, … ventaja es, pero lo que yo entiendo por disfrutar de una ciudad no involucra verme todas las temporadas de Juego de Tronos seguidas desde el calor de mi oscuro piso compartido.
- Algunos hipsters hablan también del anonimato que proporciona la gran urbe. Esa fijación con el anonimato puede parecer sospechosa (un barbudo que se peina como Himmler debería ser muy cuidadoso con levantar sospechas), pero la traducción al lenguaje no-hipster es mucho más inocente: aquí está más reñida la competición por ser el tonto del pueblo. Mera cuestión estadística.
Es curioso, además, que la mayoría de estas ventajas solamente sean ligeramente superiores en Madrid que en otros lugares (¿de verdad es mucho peor la conexión a Internet en, pongamos, Tarragona?). El verdadero hecho diferencial que encuentro en Madrid es que aquí, y no en otra parte, tengo mi trabajo. La inmensa mayoría de gente que conozco está aquí, como yo, por trabajo y/o estudios. Si una ciudad a la que la mayoría va a dormir es una ciudad dormitorio, no entiendo porqué una ciudad a la que la mayoría va a trabajar no puede ser una ciudad oficina.
Como digo, me encantaría sentirme en mi salsa en esta ciudad… pero no lo logro. Lo he logrado, lo crean o no, en otras capitales europeas e incluso en alguna americana, pero no en Madrid.
Madrid me parece una ciudad aceptable a secas, del montón, a la que, eso sí, puedo sacar (y saco) partido, y en la que viven muchos buenos amigos. Que no es poco.
¿Es posible que, tal y como existe un síndrome de Estocolmo, exista un síndrome de Madrid? Me explico: imagino que vivir en una ciudad tan cara (dejemos al margen consideraciones estéticas) resulta más llevadero si uno cree que está en Manhattan.

Como el agente Mulder, quiero creer. Quiero creer con todas mis fuerzas… creerme en un lugar excelso, centro de la creación, donde todo puede pasar y solo hay que coger las oportunidades al vuelo… un vivero de ideas, dónde el talento se respira, un paraíso para los emprendedores, dónde la pobreza, la frustración y la crispación nunca han tenido ni tendrán cabida.
A veces cierro los ojos y me siento en el Central Perk de Friends en cualquier bar de Malasaña. Lo de cerrar los ojos es para no ver el cartel de “No escupir” ni los ojos rojos y vidriosos del tabernero.
La última vez que puse en práctica este experimento mental tuve suerte, pues al abrirlos, se posaron sobre tres tipos, barriga y palillo en la comisura de los labios, discutiendo a voces sobre un Athletic – Real Sociedad. La viva imagen de los sofisticados Ross, Chandler y Joey.
Basta de dárnoslas de lo que no somos. Por más que me gustaría sentirme en Manhattan, los alaridos del afilador y el melonero rompen la magia.