Sucedió en un pequeño pueblo de Guadalajara, enmarcado en el conocido como triángulo del frío, la Siberia española, donde como te descuides se te congela hasta el agua del wáter.
Uno de esos pueblos que, como apellido a su nombre, indican la demarcación judicial correspondiente… partido de Molina en el caso que nos ocupa.
El tabernero del lugar estaba harto de las interminables partidas de mus, que le obligaban a cerrar a las tantas. Había intentado echarles por las buenas en numerosas ocasiones, siempre sin éxito.
Pero si algo no falta en esas duras tierras es inventiva. Un día, el tabernero ideó una solución ingeniosa. En uno de sus viajes a la metrópoli más cercana (a la sazón, Molina de Aragón), regresó con una cinta de vídeo.
Esa noche, al sonar la 1 en el reloj del Ayuntamiento, el tabernero salió de la barra y puso la cinta en el televisor del bar. Contenía una película de porno gay bastante explícita.
– ¡Quitaeso!, ¡cagüensandiós!
– ¡Venga!, ¡pa casa!
Hubo quejas, blasfemias y réplicas, pero el truco funcionó con inusitada rapidez.
Para que luego digan, hasta de la intolerancia se pueden sacar aplicaciones prácticas.