Resulta que lo estábamos haciendo mal. El camino para obtener ganancias no era el esfuerzo, mucho menos el estudio.
Francisco Nicolás ha venido a darnos una lección:
Vivimos en un país meritocrático: el mérito de tener (o inventarse) buenos padrinos lo es todo. Todo. Terminar la carrera, tener algo que ofrecer… son añadidos sin importancia.
Vivimos en un país liberal: en el que el intervencionismo gubernamental es tan mínimo se limita a meros sobornos para vender fincas.
Y el personaje nos cae simpático. Vemos en él un dechado de virtudes. Un crack, un genio, … nada que ver con esos lloricas que se van a terminar sus doctorados fuera.
Pedro le invitaría a gusto a unas copas, haciendo un esfuerzo con los dos meses de paro que le quedan.
María no tendría inconveniente en acostarse con el ilustre, siempre que la cama la ponga él, pues desde que desahuciaron a sus padres y viven con ella la intimidad está complicada.
Lola siente simpatía natural hacia el joven, que le recuerda mucho a su hijo. Le añora mucho ahora que limpia platos en Londres.
A Juan, la divertida historia le ha animado un poco en estos días duros en los que a su madre ha muerto de cáncer, a la espera de un tratamiento que de tanto retrasado resultó inútil.
El contrapunto a tanta diversión y simpatía lo ponen algunos cortarrollos que, como yo, opinan que hay pocas cosas más despreciables que un esclavo satisfecho.