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Política lingüística

España ya no es el país atrasado de antaño, y vuelve a escalar posiciones en el podio de los países desarrollados. Va siendo hora ya de dejar atrás las rémoras de nuestro doloroso pasado y mirar al futuro cara a cara y sin complejos.

Una de estas rémoras es el tema lingüístico. Quizá sea buena idea desprendernos, gradualmente, de los idiomas minoritarios. Pero no de un modo autoritario y fascistoide como se hizo antaño, sino en positivo.

Piensen en positivo. Piensen en sus hijos. No piensen en dictadores, piensen en Wittgenstein cuando decía: «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo».

¿De veras quieren limitar el mundo de sus hijos por un asunto meramente sentimental?, ¿qué importa la lengua del pueblo de la abuela en un mundo globalizado?

A mí no me cabe duda: para mis hijos, cuando los tenga, quiero el lenguaje más mayoritario posible, el que permita acceder a la mayor cantidad posible de contenidos. Se trata de una decisión bastante obvia desde el punto de vista racional, ¿por qué nos complicamos tanto?

Por todo esto, y para predicar con el ejemplo, he comenzado a abandonar progresivamente el español en favor del mandarín y el inglés.

Guanhua

El simpático Francisco Nicolás

Resulta que lo estábamos haciendo mal. El camino para obtener ganancias no era el esfuerzo, mucho menos el estudio.

Francisco Nicolás ha venido a darnos una lección:

Vivimos en un país meritocrático: el mérito de tener (o inventarse) buenos padrinos lo es todo. Todo. Terminar la carrera, tener algo que ofrecer… son añadidos sin importancia.

Vivimos en un país liberal: en el que el intervencionismo gubernamental es tan mínimo se limita a meros sobornos para vender fincas.

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Por Pedro Vera, el más sagaz cronista de la sordidez española

Y el personaje nos cae simpático. Vemos en él un dechado de virtudes. Un crack, un genio, … nada que ver con esos lloricas que se van a terminar sus doctorados fuera.

Pedro le invitaría a gusto a unas copas, haciendo un esfuerzo con los dos meses de paro que le quedan.

María no tendría inconveniente en acostarse con el ilustre, siempre que la cama la ponga él, pues desde que desahuciaron a sus padres y viven con ella la intimidad está complicada.

Lola siente simpatía natural hacia el joven, que le recuerda mucho a su hijo. Le añora mucho ahora que limpia platos en Londres.

A Juan, la divertida historia le ha animado un poco en estos días duros en los que a su madre ha muerto de cáncer, a la espera de un tratamiento que de tanto retrasado resultó inútil.

El contrapunto a tanta diversión y simpatía lo ponen algunos cortarrollos que, como yo, opinan que hay pocas cosas más despreciables que un esclavo satisfecho.

Votar o no

Votar o no. Curiosa cuestión que levanta enconados debates sobre los orígenes mismos de la democracia, la inexistencia de un candidato perfecto, la metafísica del derecho a quejarse y otros lugares comunes que nos retrotraen a un aula de ética de 3º de E.S.O.

Algunos piensan que todo lo que no sea abstención dignifica a la casta política, pero en mi humilde opinión olvidan que a la casta política la dignidad le importa un pito. Otros piensan que la abstención no es más que un intento de dignificar el derecho a pasar el Domingo en calzoncillos superando la resaca.

¿A quién votar? Los partidos «de siempre» no nos gustan, pero de los nuevos desconfiamos.

Ojalá los poderosos se anduviesen con tantos miramientos filosóficos a la hora de buscarnos la ruina.

Y sin embargo todo el mundo asegura estar harto. ¿Por qué no hacer un pequeño gesto? No hablamos de tomar la Bastilla, ni de bombardear el Palacio de Invierno. Cosas sencillas, relacionadas también con la dignidad: no aceptar trabajos basura, no trabajar gratis, no dejar que te vacile tu casero, votar a otros, …

Pero el mejor argumento contra la abstención es, sin lugar a dudas, este vídeo del Parlamento Danés:

Extraña muerte

Ya desde el principio la cosa fue alucinante. Los medios comenzaron a homenajear al difunto Suárez 48 horas antes de su defunción. No sé si esto tiene precedentes en la antropología, pero desde luego es como para escribir varios ensayos.

Luego, lo mejor de todo: el contenido y portavoces de los homenajes. Encizañadores profesionales e incluso enemigos personales del expresidente, entre otros, se pusieron de acuerdo para ensalzar sus virtudes de diálogo. Gente que, a menudo, hace gala de despreciar el valor de la palabra, especialmente si procede de bocas ajenas o, ¡Dios nos libre!, se articula en catalán.

Hablamos, no lo olvidemos, de un país en el que hasta el Presidente del Gobierno ha tomado la costumbre de dar ruedas de prensa sin preguntas a través de una pantalla de plasma.

Y para acabar, una guinda en el homenaje a la mejor retórica que ha conocido La Moncloa en los últimos tiempos. Cuando el portavoz de la familia salió del hospital, lógicamente compungido, a comunicar el fallecimiento a los periodistas allí reunidos, se produjo una grotesca avalancha. Los reporteros, rodeándole entre alaridos, siguieron, sorprendentemente, dando voces mientras el hombre hablaba. Cuando acabó de dar la mala noticia, y cuando el espectador está frotándose los ojos de incredulidad ante lo que acaba de presenciar, otro periodista grita algo increíble que me retrotrajo a mis tiempos de la E.S.O: «¿puede repetir?». Si no lo creen, véanlo con sus propios ojos:

Posteriormente, la cola para visitar su capilla ardiente nos dejó algunas frases completamente alucinantes. Como la de la señora que recalcaba que su mayor virtud era «Nunca haber robao, ni ningún escándalo se le conoció». O aquel flipante «Tengo un examen, pero vengo a despedirme del padre de la democracia».

Puesto que parece que está de moda decir disparates totalmente desprovistos de sentido sobre el triste asunto, aquí dejo el mío. Un poema-homenaje que expresa muy bien el sentir de buena parte de la sociedad:

suarez

Confío en que, al menos, mis colegas surrealistas lo entiendan.

Algo habrán hecho

– ¿Has visto lo de Ceuta?
– Claro que lo he visto, pero no te creas todo lo que dicen los medios.
– ¿A qué te refieres?
– Pues a que pintan a los inmigrantes como si fueran unos santos, pero lo cierto es que estaban violando la ley.
– Ya, pero…
– Mira, yo siempre estaré del lado de la Ley y la Justicia. Al fin y al cabo, si no fuera por las autoridades ésto sería un sindiós. Esos subsaharianos* cometieron un delito, y en un estado de derecho el que la hace la paga.

Por prudencia callo, y de regreso a casa compruebo si existe en nuestro Código Penal algún delito que se castigue con un tiroteo en la playa a civiles desarmados, sin juicio previo.

*: subsahariano: que vive debajo del Sáhara. Debajo de la arena, imaginamos.

Un país menguante

Con el 98% de los votos escrutados, el futuro presidente se acostó con la certeza de haber ganado. Después de meses de campaña, al fin lo había logrado: su partido, con él a la cabeza, gobernaría al menos durante cuatro años.

Con el ajetreo de los últimos días, ni siquiera había reparado en el hecho de que se disponía a gobernar sobre unas 47 millones de personas. Al pensarlo sintió orgullo, pero también vértigo… y acabó desvelándose.

Los reveses no tardaron en aparecer: en los periódicos del día siguiente ya aparecían las primeras críticas, sin haberle dado tiempo siquiera a jurar el cargo. No le dio ninguna importancia, sin duda eran obra de unos exaltados. Se dijo, sabiamente: «ignóralos, tienes un país que gobernar».

Pasaron los meses, y el presidente y su equipo gobernaron con desigual fortuna, provocando ovaciones acá, abucheos allá. Llegaron también las primeras manifestaciones y huelgas, pero el presidente estaba tranquilo: no eran más que unos exaltados, una ínfima y pésimamente escogida muestra de la sociedad que tan masivamente le apoyaba. Se dijo una vez más: «ignóralos, tienes un país que gobernar».

Algunas regiones del propio país, tradicionalmente las más contestatarias e independentistas, también le lanzaban sus ataques. Una vez más, apeló de cara a su conciencia a los intereses de la mayoría: «había que ignorar a aquellos radicales». Las amenazas independentistas más serias eran contestadas con firme oposición desde, surrealistamente, el Ministerio de Asuntos Exteriores.

Los problemas arreciaron, y el descontento era cada vez más evidente. Se puso de moda blandir como pancarta el propio título universitario. Pero una vez más, se trataba solamente de un grupúsculo de holgazanes. Poco importaban sus licenciaturas en química o sus títulos de ingeniero, nunca llegarían muy lejos comportándose como vándalos. La gente de bien, y también los buenos estudiantes, se quedan en casa sin provocar altercados. Lo mejor era ignorarles, la gente de bien merecía todo su tiempo y energías.

Cuando una ciudad tradicionalmente afín a su partido se alzó en violentísimas protestas, al principio quedó perplejo. Pero rápidamente encontró una explicación a todo: se trataba de una mesnada itinerante de vándalos, una especie de temporeros del cóctel molotov que sin duda nada tenían que ver con tan noble ciudad.

Más intrigantes aún fueron los encontronazos con los estudiantes de premio de fin de carrera, los inspectores de hacienda, algunos jueces, e incluso varios europarlamentarios. Nunca hubiera imaginado que existiesen elementos antisistema en tan elevadas esferas, pero ahí estaban. Por otro lado, tampoco hubiese imaginado que condenados por asesinato, torturadores con orden internacional de búsqueda y captura o conductores suicidas pudieran ser gente de bien, merecedora de todo su respeto y favores, pero así era contra toda duda. Nunca te acostarás sin saber una cosa más, se decía, cuando reparaba en éste tipo de curiosidades.

Otro dato preocupante era el de la abstención de voto, pero una vez más, «¿qué importa la opinión de los «sin opinión», aunque sean muchos?, lo mejor es ignorarles y centrarnos en la gente de bien, que cumple con su deber electoral».

Había un joven matemático militando en su partido. Un día, calculó que aquella entelequia de «la gente de bien» que su partido tenía en mente al gobernar apenas llegaba al medio millón de personas… y eso sumando todos los banqueros quebrados, empresarios aficionados a la bancarrota, delincuentes comunes y no tan comunes indultados, etcétera. Ésto suponía haber pasado de gobernar para la quinta mayor democracia de la Unión Europea, a gobernar para la penúltima, entre Malta y Luxemburgo.

Naturalmente, fue amonestado. Lo último que necesitaban los españoles de bien era pesimismo.

europa

Intrigante intersección

Respecto al tema del aborto libre, se me ocurren argumentos razonables tanto a favor como en contra. Por desgracia, rara vez escucho ninguno de ellos en los debates en televisión y prensa.

Sistemáticamente la «argumentación» se basa en consideraciones políticas, religiosas o directamente fundadas en el odio… nunca en argumentos racionales (ya se sabe, ese vicio extranjero).

Uno de los grandes absurdos de éste asunto se resume en el siguiente diagrama de Venn:

venn

No sé ustedes, pero mi experiencia me ha enseñado que la intersección entre ambos grupos es extrañamente grande.

Nacionalismo bipolar

Recientemente he descubierto mi verdadera naturaleza. Al igual que muchos de mis compatriotas, soy un nacionalista a ultranza… y al igual que la mayoría de ellos, soy un nacionalista esquizofrénico, o bipolar, si lo prefieren.

Soy un nacionalista bipolar porque tan pronto digo que amo a mi país, como promuevo boicots contra regiones del mismo, a ser posible contra «exportaciones» que aclaren su procedencia en el propio nombre.

Soy un nacionalista bipolar porque amo a mi país, a todo él, pero jamás pondría un pie en aquel sitio en el que a mi primo no le saludaron en castellano, aquella vez.

Soy un nacionalista bipolar porque en la misma frase soy capaz de asegurar que los vascos, los catalanes o los andaluces son parte esencial de España y a continuación llamarles sucios extranjeros, y escupir al suelo.

Soy un nacionalista bipolar porque me encanta reabrir el tema de Gibraltar, sin temor a hacer el ridículo internacional por enésima vez.

Nacionalista bipolar español, enseñando a los catalanes lo que se pierden

Nacionalista bipolar español, enseñando a los catalanes lo que se pierden

El pasado 11 de Septiembre, conocí a un verdadero patriota bipolar en un restaurante madrileño. En la televisión apareció una noticia intolerable, Cataluña celebraba la Diada, una auténtica provocación. El patriota recogió el guante, y con muchos golpes en la mesa gritó, para que todos pudiéramos oírle:

«¿qué clase de país infame puede celebrar una derrota militar?»

Inmeditamente reconocí en él a uno de los míos y sentí simpatía hacia él, y me sentí orgulloso de encontrarme en Madrid, una comunidad que celebra su día de la región todos los 2 de Mayo, en conmemoración, como todos saben, de la aplastante victoria de Curro Jiménez contra la Grande Armée a las puertas mismas de París.

Algunas veces la niebla del odio se disipa un poco, y siento una especie de epifanía de claridad. El otro día, por ejemplo, en la televisión escuché a un nacionalista turco hablar de los kurdos y del norte de Chipre. Por un momento me pregunté si mi discurso sonaría tan disparatado y lleno de rencor como el suyo, pero rápidamente me consolé: «¡claro que no!, ¡es un caso totalmente diferente!»

Epílogo: me temo que la siguiente parodia cabreará a más de uno. Incluso, a algunos de mis amigos… pero en fin, para eso sóis amigos. Sumadlo a la cuenta de la infinidad de días que tuvisteis que traerme a casa borracho perdido, o cuando tuvimos que enterrar aquel cadáver :p

Quede claro que no simpatizo demasiado con ningún tipo de nacionalismo. Como Phil Collins, el nacionalismo tuvo su momento de gloria en el pasado (siglo XIX, fundamentalmente), pero a éstas alturas suena caduco.

Por otro lado, si aquí critico al nacionalismo español más «mainstream» es porque, por azares geográficos, es el que mejor conozco. Además, me parece una manera especialmente destructiva de pensar en el propio país.

Recientemente, he tenido el privilegio de compartir varios días con divulgadores científicos procedentes de todos los rincones de España (y México), y nada de ésto hubiera sido posible si nos viésemos los unos a los otros como rivales.

Antología mostrenca I: Zapatero y Llamazares, crononautas políticamente correctos

Revisando archivos viejos he encontrado algunos cómics que dibujé en el año 2006, dos años antes del nacimiento de éste blog (por cierto, en su día ya publiqué uno sobre las fuerzas armadas). Solía compartirlos con los amigos por email, y he decidido publicarlos ahora en un extraño intento de honrar los cinco años del blog.

Están fatalmente dibujados y son de pésimo gusto, más o menos como los actuales. De momento aquí dejo el primero:

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España no es un país capitalista

Últimamente no dejamos de oír que los recientes derroteros que está tomando la política española están sirviendo para hacer más ricos a los ricos, más pobres a los pobres… e incluso a los que antes no lo eran tanto. Son muchas las voces que se alzan contra lo que llaman «capitalismo brutal» o «liberalismo desatado».

Sin embargo, si lo analizamos fríamente, veremos que el sistema económico que funciona en España tiene más, pero mucho más de feudal que de capitalista. Es importante que quede claro, que haya ricos no significa que haya capitalismo… de hecho, cualquier sistema económico que se haya ensayado hasta el día de hoy da lugar a la aparición de élites.

La primera pregunta que un sistema económico debe responder satisfactoriamente es: ¿por qué yo cobro menos que el jefe? He aquí las respuestas que dan feudalismo y capitalismo:

Feudalismo: porque el jefe pertenece a una casta superior, la nobleza, desde su nacimiento.
Capitalismo: porque el jefe se arriesga a perder su dinero con éste negocio, y tú, al ser un asalariado, tienes el sueldo garantizado.

Vemos, pues, que el corazón del capitalismo está, al menos en teoría, en el riesgo que supone una inversión. Entonces, ¿es capitalista rescatar negocios quebrados con dinero público?, rotundamente: NO. ¿Se rescata cualquier negocio en quiebra, o solamente algunos privilegiados?: solamente a algunos privilegiados. ¿Hay, entonces, una casta superior?: tal parece.

Otra de las pregonadas virtudes del capitalismo es que tiende a promocionar a los más válidos. ¿Es compatible entonces un sistema capitalista con una patochada de la altura del caso Carromero?… y eso por no hablar de la horda de incompetentes que se han visto encumbrados recientemente.

Continuemos con otro ejemplo: el aeropuerto de Castellón. Como muchas otras obras públicas, existe un contrato según el cual en caso de que no haya viajeros, el estado debe pagar unos mínimos al aeropuerto. ¿Riesgo?, no… luego tampoco capitalismo. Los dueños del aeropuerto han sido ungidos por los dioses, no hay más que hablar.

Pero, ¿y las privatizaciones de hospitales?, ¿no es eso capitalista? La respuesta es que solamente lo es si se hacen de verdad, pero, ¿ha visto alguno de vosotros que un hospital salga a subasta?, ¿o que, una vez privatizado, el estado se haya desentendido de él? No, claro que no. Lo que se ha privatizado es la gestión, ¿qué significa ésto?, pues que hemos adoptado el modelo neofeudal del siguiente diagrama:

diagrama

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Como puede verse, no hay mucha diferencia entre conceder la gestión de un hospital, y conceder unos terrenos en la Champaña en el siglo XIV. Es un chollo, sin riesgo. Con la diferencia de que para obtener unos terrenos en el siglo XIV, al menos era necesario haber ido a la guerra.

En resumen, el espectáculo al que estamos asistiendo es aún peor que el capitalismo.