Un país menguante

Con el 98% de los votos escrutados, el futuro presidente se acostó con la certeza de haber ganado. Después de meses de campaña, al fin lo había logrado: su partido, con él a la cabeza, gobernaría al menos durante cuatro años.

Con el ajetreo de los últimos días, ni siquiera había reparado en el hecho de que se disponía a gobernar sobre unas 47 millones de personas. Al pensarlo sintió orgullo, pero también vértigo… y acabó desvelándose.

Los reveses no tardaron en aparecer: en los periódicos del día siguiente ya aparecían las primeras críticas, sin haberle dado tiempo siquiera a jurar el cargo. No le dio ninguna importancia, sin duda eran obra de unos exaltados. Se dijo, sabiamente: «ignóralos, tienes un país que gobernar».

Pasaron los meses, y el presidente y su equipo gobernaron con desigual fortuna, provocando ovaciones acá, abucheos allá. Llegaron también las primeras manifestaciones y huelgas, pero el presidente estaba tranquilo: no eran más que unos exaltados, una ínfima y pésimamente escogida muestra de la sociedad que tan masivamente le apoyaba. Se dijo una vez más: «ignóralos, tienes un país que gobernar».

Algunas regiones del propio país, tradicionalmente las más contestatarias e independentistas, también le lanzaban sus ataques. Una vez más, apeló de cara a su conciencia a los intereses de la mayoría: «había que ignorar a aquellos radicales». Las amenazas independentistas más serias eran contestadas con firme oposición desde, surrealistamente, el Ministerio de Asuntos Exteriores.

Los problemas arreciaron, y el descontento era cada vez más evidente. Se puso de moda blandir como pancarta el propio título universitario. Pero una vez más, se trataba solamente de un grupúsculo de holgazanes. Poco importaban sus licenciaturas en química o sus títulos de ingeniero, nunca llegarían muy lejos comportándose como vándalos. La gente de bien, y también los buenos estudiantes, se quedan en casa sin provocar altercados. Lo mejor era ignorarles, la gente de bien merecía todo su tiempo y energías.

Cuando una ciudad tradicionalmente afín a su partido se alzó en violentísimas protestas, al principio quedó perplejo. Pero rápidamente encontró una explicación a todo: se trataba de una mesnada itinerante de vándalos, una especie de temporeros del cóctel molotov que sin duda nada tenían que ver con tan noble ciudad.

Más intrigantes aún fueron los encontronazos con los estudiantes de premio de fin de carrera, los inspectores de hacienda, algunos jueces, e incluso varios europarlamentarios. Nunca hubiera imaginado que existiesen elementos antisistema en tan elevadas esferas, pero ahí estaban. Por otro lado, tampoco hubiese imaginado que condenados por asesinato, torturadores con orden internacional de búsqueda y captura o conductores suicidas pudieran ser gente de bien, merecedora de todo su respeto y favores, pero así era contra toda duda. Nunca te acostarás sin saber una cosa más, se decía, cuando reparaba en éste tipo de curiosidades.

Otro dato preocupante era el de la abstención de voto, pero una vez más, «¿qué importa la opinión de los «sin opinión», aunque sean muchos?, lo mejor es ignorarles y centrarnos en la gente de bien, que cumple con su deber electoral».

Había un joven matemático militando en su partido. Un día, calculó que aquella entelequia de «la gente de bien» que su partido tenía en mente al gobernar apenas llegaba al medio millón de personas… y eso sumando todos los banqueros quebrados, empresarios aficionados a la bancarrota, delincuentes comunes y no tan comunes indultados, etcétera. Ésto suponía haber pasado de gobernar para la quinta mayor democracia de la Unión Europea, a gobernar para la penúltima, entre Malta y Luxemburgo.

Naturalmente, fue amonestado. Lo último que necesitaban los españoles de bien era pesimismo.

europa

7 Respuestas a “Un país menguante

  1. ¿Verdad? Es que, dejando de lado cuál pueda ser mi opinión sobre cada caso particular, no se paran a analizar las causas del descontento popular. Todos son vándalos, criminales… sin pararse a pensar que la gente de bien puede ser, llegado el caso, muy agresiva.

  2. Lo que no acabo de entender es la etiqueta humor en esta entrada. ¿No sería más apropiado drama?

  3. Pingback: Un país menguante

  4. «Ésto suponía haber pasado de gobernar para la quinta mayor democracia de la Unión Europea, a gobernar para la penúltima, entre Malta y Luxemburgo.»
    ¡Buenísimo! Esto lo escribe Reverte y tiene a media españa dando palmas (el resto o no lo han leído o son gente de bien).

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